27 noviembre 2006

EL MARCAPÁGINAS: ACCESORIO DE LOS LIBROS

El siguiente artículo es una reproducción autorizada por la Asociación para el Fomento de la Encuadernación de Arte (AFEDA).
Fué publicado originalmente por la revista ENCUADERNACIÓN DE ARTE en sus nºs 20 y 21. Los dibujos a los que se refiere el artículo, serán subidos posteriormente al blog.

Autora: BERYL KENYON DE PASCUAL

Aunque los marcapáginas (o "puntos de lectura") no siempre están tan íntimamente ligados a los libros como son las encuadernaciones, sirven en cierta manera el mismo propósito, a saber, proteger las hojas de los libros. A veces, incluso, están incorporados a la propia encuadernación. La necesidad de señalar la página donde se interrumpía la lectura, o donde se encontraba un pasaje importante a consultar de nuevo, condujo ya en la Edad Media a malos hábitos que podían dañar los libros, por ejemplo doblar la esquina de las páginas o utilizar materiales indeseables. El marcapáginas tuvo forzosamente que ser "inventado". Richard de Bury en su Phüobiblion, que terminó de escribir en 1344, explicó en el capitulo XVII como tratar y cuidar los libros y censuró a un joven insensato que... "cuando se cansa de estudiar, para acordarse de la página en que quedó, la dobla sin ningún cuidado. O se le ocurre también señalar con su sucia uña un pasaje que le divirtió. O llena el libro de pajas para recordar los capítulos interesantes. Estas pajas, que no puede digerir el libro y que nadie se ocupa de retirar, van rompiendo las junturas del libro y acaban de pudrirse dentro del volumen". '

Curiosamente, Richard de Bury no recomendó el uso específico de un marcapáginas ¿Qué entendemos hoy día bajo la palabra "marcapáginas"? La definición propuesta a la Real Academia de la Lengua Española por la asociación de coleccionistas de marcapáginas "Punto y Seguido" y pendiente de ser incorporado al Diccionario de la Real Academia es la siguiente: "Objeto de papel, metal o cualquier otro material, que ha sido fabricado artesanal o industrialmente con el fin de ser introducido en un libro para señalizar o indicar la página donde se interrumpió la lectura". Esta definición obviamente incluye las sencillas cintas de seda o de otro material unidas al lomo o a la cabezada de un libro, pero excluye los trocitos de periódico o de otro papel usado, billetes de transporte y objetos similares. ¿Debemos concluir que no existieron marcapáginas en el sentido estricto de la palabra en tiempos de Richard de Bury? ¡De ninguna manera!

Dentro de códices e incunables conservados en bibliotecas y archivos europeos se encuentran unos marcapáginas bastante sofisticados de origen monástico que pueden fecharse en los siglos XIII-XV. Algunos de estos ejemplares aparecen dentro de un diccionario médico del siglo XV perteneciente a la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla (sign. 5-7-16].; Uno de ellos reproducido en la figura, consta de un disco giratorio de pergamino con un diámetro de 25 mm colocado dentro de una envoltura, también de pergamino. El disco lleva inscritos los números I, II, III y lili, correspondientes a las cuatro columnas de las dos planas del libro abierto. Al girar el disco, el número de la columna deseada aparece en una espacie de ventana. Como sutileza adicional, el lector tiene la posibilidad de indicar la altura en la columna de un texto determinado al deslizar el marcapáginas hacia arriba o hacia abajo por una cuerda unida a la cabezada.

A partir de mediados del siglo XV encontramos marca­páginas representados en la pintura, p. ej. en e retrato del Canciller Rolin que forma parte del cuadro La Virgen del Canciller Rolin (h. 1435) de Jan van Eyck. Los más lujosos entre ellos constan de una cinta que termina en una pequeña joya en forma de bolita o en un botón de plata o de oro, frecuentemente incrustado con perlas o gemas, la joya está colocada sobre la cabeza del libro, mientras que la cinta está insertada entre las hojas. Si la cinta está unida al lomo, entonces la joya se encuentra en el extremo inferior de la cinta. Al final de este articulo está reproducido un detalle del Tríptico de la Abadía de Didegem, pintado por Jan van Dornicke (primer cuarto del s. XVI). En él varias cintas rematadas con bolitas de plata se asoman entre las hojas del libro que está colocada en la mesita delante del abad. En la misma época los marcapáginas más modestos, algunos de los cuales todavía existen, solían consistir en cintas, lisas o bordadas y sin joyas, o con­juntos de tiras de piel unidas en un extremo (marcapáginas múltiples).

Otro modelo temprano es el marcapáginas que se colocaba de la misma manera que una pinza o un clip: constaba de un trozo de papel o pergamino puntiagudo (a veces en forma de corazón) que llevaba un corte en forma de V. Al fijarlo, mediante la lengüeta formada por la V, en el borde lateral de una página se podía indicar la línea de lectura deseada (pero no la columna precisa, si había más de una por página). Al catalogar las bibliotecas de los monasterios del monte Athos de Grecia en 1880, Spyros P. Lambros encontró un marcapáginas de estas características, que describió en un artículo como el único resto que quedó de la Edad Media bizantina Desgraciadamente, Lambros no especificó el nombre del monasterio cuya biblioteca lo albergó. Se conocen ejemplares de marcapáginas pinza de distintas fechas hechos en siglos posteriores, y el modelo ha perdurado hasta nuestros días. Es interesante constatar, además, la tradición que existe entre encuadernadores en algunos países de utilizar un corazón de papel o cartulina con una lengüeta cortada en forma de V para agrupar las hojas de los cuadernillos en ciertos procesos.

Hasta mediados del siglo XIX los marcapáginas decorados solían ser objetos de artesanía, generalmente bordados o pintados. La revolución industrial y el invento de la cromolitografía para la impresión condujeron a la posibilidad de producir marcapáginas en grandes cantidades y de emplearlos para fines publicitarios. Al mismo tiempo la extensión de la escolarización a más capas de la sociedad aumentó el número de lectores y, por consiguiente, el uso de los marcapáginas.

Al ser pequeño, útil e idóneo para ser decorado, el marcapáginas se transformó en un objeto corriente de regalo. Como consecuencia de la industrialización, las personas que no querían dedicar el tiempo necesario para bordar un marcapáginas para regalar podían, a partir de mediados del siglo XIX, comprar en Inglaterra o en Francia un marcapáginas de seda tejido a máquina en una fábrica. En la ilustración de la izquierda, podemos ver un ejemplo (23,5 cm de longi­tud, sin la borla) hecho entre 1860 y 1870 como regalo-felicitación de Navidad por la famosa fábrica de tejidos Stevens de Coventry (Inglaterra). Para obsequiar a una dama de la alta sociedad se podía buscar en joyerías y platerías ejemplares de lujo, como el marcapáginas de madreperla y pan de oro, de trabajo muy fino, que fue vendido en una joyería de la elegante rué de Rivoli en París, probablemente a finales del siglo XIX (ilustración de la derecha). Al igual que muchos otros de los siglos XIX y XX, este ejemplo, que mide 13 cm de longitud, tenia dos funciones: servía de cortapapeles para separar las hojas de los libros, en una época en la que algunas editoriales los publicaban sin cortar los pliegos, pero al mismo tiempo, incorpora una lengüeta para formar un marcapáginas de tipo "pinza". El pequeño marcapáginas de marfil (5,5 cm), reproducido a la izquierda, es también de tipo pinza. Los materiales que se han empleado para hacer marcapáginas de calidad son la plata, el oro, el marfil y, con menos frecuencia, el carey y la madreperla.

En otro ambiente social, en la segunda mitad del siglo XIX, los fabricantes de bienes de consumo y las empresas de servicios (p. éj. las compañías de seguros) empe­zaron a distribuir gratuitamente marcapáginas de papel o cartulina que anunciaban sus productos. El nivel de calidad artística variaba según e tipo de clientela al que iban dirigidos los productos anunciados. En un extremo encontramos publicidad presentada mediante un texto corriente, sin ilustraciones y con tipografía vulgar. Al otro extremo, los anunciantes recurrieron al talento de ilustradores conocidos o, por lo menos, buenos profesionales. Unos ejemplos de la época modernista son la serie de doce meses diseñada para una compañía de seguros por el inglés Walter Grane, y la serie de marcapáginas con dibujos sin firma distribuidos por la revista literaria alemana de Velhagen und Klastng. Aunque su finalidad no fue la publicidad, se puede mencionar aquí un impresionante ejemplar español del modernismo, también anónimo. Me refiero al senyal de plana incluido en el libro So/Ves Bnixes (imprenta Oliva, 1902) y ofrecido por los autores a los lectores del libro. Otro tipo de marcapáginas, hechas industrialmente de un material poco costoso y distinto al papel, fueron los de un metal barato, p. ej. el latón.

Durante la primera década del siglo XX se produjeron en varios países marcapáginas de un Tipo especial, a saber, marcapáginas-postales que, a pesar de tener las dimensiones de marcapáginas, fueron aceptados por convenio internacional para su envío por correo. En la mayoría de los casos se trataba de fotografías de personajes famosos o mujeres "decorativas", o de vistas de lugares turísticos. Las ilustraciones de arriba muestran dos ejemplares: una fotografía del violinista español Sarasate y la reproducción de una acuarela que representa un canal de Venecia.

Ejemplos de marcapáginas españoles distribuidos en las décadas de 1920 y 1930 son los anuncios de un producto de perfumería de la casa Myrurgia y de la (.librería Catalana de Barcelona. En vez de papel o cartulina ambos están hechos de un cartón fuerte. Su forma alargada y curva pero al mismo tiempo puntiaguda, junto con el material utilizado, sugiere que fueron pensados para ser usados también como corta hojas. Los marcapáginas de cartón fueron muy corrientes en Francia en la misma época, sobre todo para anunciar bebidas, tabaco y turismo.

La segunda parte de este artículo tratará de la gran diversidad de formas, materiales y productores de marcapáginas en el siglo XX.-


En el precedente número de Encuadernación de Arte se presentó un resumen de la historia de marcapáginas desde la Edad Media hasta las primeras décadas del siglo XX. Los marcapáginas antiguos estaban hechos a mano: por los monjes para la biblioteca del monasterio; por artesanos para su venta; y por aficionados para su uso personal o como regalo. Los marcapáginas publicitarios aparecieron por primera vez en el siglo XIX, debido sobre todo a los nuevos procesos industriales de reproducción e impresión, y al creciente número de personas que sabían leer. En esta segunda y última parte del artículo se consideran varios aspectos generales de los marcapáginas y se presentan ejemplos más modernos.

Si bien la mayoría de los marcapáginas actuales estén hechos de papel o cartulina, en su producción se aprovecha también una amplia gama de oíros materiales: textiles, madera, metal, cuero, varios tipos de plástico, corcho, papiro, flores y hojas plastificadas, etc. No todos estos materiales son ideales; los marcapáginas pueden resultar artísticos y atractivos pero a veces pecan de ser demasiado pesados o gruesos. Los materiales más idóneos, y menos dañosos para los libros, son los delgados y flexibles. La fila inferior de marcapáginas reproducidos en la Lámina I muestra el empleo de diversos materiales. Los cuatro primeros (de izq. a der.) son metálicos. Tanto el de plata, que tiene la forma de hojas de acebo con una baya de coral y lleva la inscripción "Nadal 1955", como el geométrico, más reciente, que combina distintos metales, fueron hechos artesanalmente en Cataluña. El quinto ejemplar de la fila, en plástico gris y texto en letras iridiscentes, incorpora una diminuía lin­terna que da justo la suficiente luz para leer línea por línea. El marcapáginas -linterna es un ejemplar bastante original de los marcapáginas de doble uso. Otro ejemplar curioso de este tipo (no ilustrado aquí) es uno que lleva en su cabeza un diccionario electrónico de microformato. Más corrientes son los marcapáginas-calendarios y los marcapáginas-reglas. Existen también ejemplares con lupa o bolígrafo incorporado. El siguiente marcapáginas de la Lám.l es un modelo que se llama "le farceur" (el farsante) y es uno de una serie de cinco, todos de cuero, diseñados exclusivamente para las tiendas de lujo de la empresa belga Delvaux. El penúltimo marcapáginas está hecho de madera, que sirve de soporte a un pequeño chino, y el último, de seda tejida, presenta un clásico diseño de la firma inglesa Liberty.

Podemos dividir los marcapáginas modernos en dos grandes categorías: los de publicidad y los de carácter personal (comprados, regalados o hechos en casa). Las principales consideraciones a tener en cuenta a la hora de diseñar un marcapáginas publicitario son cómo interpretar mejor su mensaje de publicidad y cómo llamar la atención del público: mediante un diseño ¿elegante?, ¿llamativo?, ¿humorístico?, ¿artístico? El Centro de Artesanía y Diseño de Galicia ha apostado por la elegancia (Lam.ll) para presentar las obras de los talleres gallegos del vidrio. Los marcapáginas troquelados, por su parte, llaman la atención en seguida por su forma inhabitual, por ejemplo el marcapáginas de propaganda turística de la Ciudad de Santander o la divertida rosa de Amena, que nos hace sonreír [Lám.ll). Como ejemplo de un dibujo de artista, que también tiene su gracia, podemos señalar el marcapáginas vecino a este último. Representa un libro hecho un nudo y fue diseñado en 1988 por el belga Bruno Goidts para la librería Ferraton.

Las empresas e instituciones relacionadas con el libro constituyen lógicamente el sector que más uso hace de los marcapáginas para su publicidad. Las editoriales españolas inundan las librerías con marcapáginas gratuitos que anuncian sus últimas publicaciones y frecuentemente incorporan un detalle de la camisa del libro. El retrato del General Franco (Lám.ll) es un ejemplar moderno que contrasta con el anuncio del libro de Sienkewiez (Lám.l) de los años 1950. Este libro formó parte de una serie publicada por Aguilar y dedicada a los autores ganadores del premio Nóbel de Literatura. Cada libro de la serie estaba acompañado de un marcapáginas diseñado especialmente para cada titulo por un artista anónimo.

Las propias librerías también se anuncian mediante marcapáginas de diversos estilos. En la Lám.l se encuentra un ejemplo distribuido por la antigua librería Robinson de Madrid, antes del cambio de propietario en los anos 1980. Las bibliotecas, por su parte, están representadas en la Lám.l por un marcapáginas de la Biblioteca Joan Oliva i Milá (Vilanova i la Geltrú), y las ferias de libro por uno distribuido en 2001 durante la Feria de Libros Antiguos y de Ocasión de Salamanca (Lám. II). Por falta de espacio sólo se ha reproducido ib rosa de Amena como ejemplo de los numerosos marca­páginas producidos para celebrar en abril el Día del Libro ¡también de la rosa y de Sant Jordi en Cataluña). El antepenúltimo marcapáginas de la Lam.ll, en el cual también figura una rosa, no es un recuerdo del Día del Libro sino un anuncio de los cheques-regalo para com­prar libros que se venden y aceptan en la mayoría de las librerías inglesas.

Naturalmente otros sectores comerciales descubrieron temprano la posibilidad de presentar sus bienes y servicios a un amplio público mediante los marcapáginas: productos alimenticios (Lam.ll) y farmacéuticos, ropa, objetos de papelería, seguros, hoteles y turismo rural.... la lista es inagotable. Las instituciones oficiales, incluso ministerios y ayuntamientos, no han desdeñado tampoco valerse de esta vía para hacer llegar a los ciudadanos sus consejos u otra información, por ejemplo, consejos de sanidad o seguridad vial, o información sobre transporte público. Algunos promotores de activi­dades culturales y de ocio utilizan los marcapáginas (que no deben confundirse con los flyers) para anunciar conciertos, exposiciones, etc.

Dentro de la segunda categoría de marcapáginas, o sea los no publicitarios, se ha visto en las últimas dos o tres décadas un auge en su producción y venta. El aumento en el turismo internacional ha fomentado, en países donde no había una tradición del empleo de mar­capáginas, la fabricación artesanal e industrial de ejem­plares no sólo de publicidad sino también como recuerdos. La orquídea secada de Singapur que figura en la Lam.ll y la imagen de la flor de protea de África del Sur (Lám.l) son ejemplos de este tipo. El papiro, la corteza de árboles, seda teñida por la técnica de batik, piel y made­ra se encuentran entre los materiales empleados en distintas áreas del mundo para la producción de marcapáginas recuerdos, mientras que trajes típicos, personajes históricos, arte indígena, y plantas y animales autóctonos, son algunos de los motivos que los adornan. Muchos museos tienen disponibles para la compra imágenes de sus fondos en el formato de marcapáginas. Por ser baratos, atractivos y fáciles de transportar, los marcapáginas son objetos ideales para llevar consigo al regresar del viaje.

Entre los marcapáginas de arte se puede encontrar no sólo reproducciones de cuadros famosos y diseños artísticos sino también obras de arte originales. Se trata de series numeradas de grabados, serigrafías, etc., además de piezas únicas en forma de dibujos o acuarelas. La lam. ll incluye un marcapáginas monotipo hecho por Maureen Lucia Booth, artista inglesa residente en España. Una exposición de marcapáginas monotipos, cre­ados por el artista chileno Víctor Ramírez, tuvo lugar en una galería de arte de Barcelona hace 10 años. El catálo­go en edición limitada y numerada, con reproducciones facsímiles de algunos de los monotipos, es muy buscado por bibliófilos, coleccionistas de marcapáginas y bibliote­cas de arte.

En lo que respecta a los marcapáginas hechos en casa por particulares, algunas señoras siguen bordando ejemplares en punto de cruz o haciendo juegos malaba­res con los bolillos, entre otras técnicas tradicionales, para producir unos bonitos regalos. Entre las técnicas más modernas podemos citar el empleo de los programas gráficos de los ordenadores.

A Veces me preguntan, qué pasará con los marcapáginas si los ordenadores sustituyen definitivamente a los libros. Si efectivamente llegamos a tal situación y por consiguiente ya no se producen más marcapáginas, en el sentido empleado en este artículo, creo que los ya existentes se transformarán en coleccionabas y antigüeda­des. Teniendo en cuenta que un marcapáginas de plata, hecho en 1909, pudo ser vendido recientemente en Inglaterra por la casa Daniel Bexfield Anliques por 425 libras esterlinas (aprox. unos 650 euros), es posible que dentro de 100 años algunos de los marcapáginas pro­ducidos hoy en día tengan también un valor apreciable.

* Todos los marcapáginas reproducidos en los dos partes de este artículo pertenecen a la colección de la autora, a menos que se especifique otra fuente.

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