Ilustración Patricio Otniel
La
ignorancia respecto a la historia nacional —y universal— es una característica
dramática del ciudadano chileno promedio. También lo es la poca confianza y la
baja participación en organizaciones sociales. Finalmente, nuestra educación
temprana, que no estimula el pensamiento ni logra traspasar las habilidades
cognitivas básicas, es otro asunto extensamente comentado. En las siguientes
líneas quiero proponer un par de ideas que relacionan museos, monedas y
colecciones que creo que pueden ir en la dirección correcta para enfrentar, en
parte, estos problemas.
Una de
las cosas que más disfruta el ser humano desde que aprende a usar el lenguaje
es la organización y reorganización del mundo que lo rodea mediante diferentes
categorías. Jugar con la realidad reordenándola, clasificándola y volviendo a
clasificarla. Y ese es el origen, en buena medida, del atractivo de las
colecciones. El coleccionista es alguien que inventa categorías de objetos e
intenta reunir todas las variaciones posibles de las cosas que hay en el mundo
que caben en esa categoría. A veces la fijación es muy general (como las
colecciones de los niños, que suelen consistir en reunir todas las variaciones
posibles de un tipo de cosa, como estampillas o calcomanías), otras veces es
más específica (por ejemplo, relojes de una determinada época fabricados en un
determinado lugar). El criterio general, por lo demás, puede tener que ver con
un interés histórico, estético, personal o cualquier otro. O puede mezclar
criterios. El hecho interesante es que las cosas del mundo nos sirven para
pensar. Y también para relacionarnos con otros: las colecciones rara vez o
nunca son un asunto estrictamente privado: los coleccionistas suelen disfrutar
el reunirse con personas que comparten su afición y hablar sobre ella e
intercambiar o vender y comprar objetos. Así, los clubes de coleccionistas
suelen proliferar en muchos países y son un espacio valioso de socialización y
de amistad.
Los
museos, las galerías, los cementerios tipo panteón y los zoológicos son, de
hecho, colecciones públicas cuya función es algunas veces sorprender al
visitante con lo exótico o lo bello de su muestra, mientras que en otros casos
buscan transmitir un cierto conocimiento o idea utilizando para ello objetos
ordenados de determinada manera. Los museos, en particular, buscan vincularnos
con el pasado a través de los restos materiales de ese pasado ordenados según
un relato. Ellos también pueden ser muy generales o bien temáticos y muy
específicos. Muchos museos, en todo caso, son colecciones de colecciones
reunidas bajo una gran temática general.
Una de
las razones más importantes por las que tenemos museos es porque observar los
restos del pasado nos permite pensar el presente y abrirnos al misterio de la
existencia. Nos obligan a pensar, nos trasladan y nos enseñan lecciones. Pero
esto no ocurre así no más: organizar un museo para que entregue una experiencia
instructiva a quienes lo visitan no es ni fácil ni barato. Tampoco lo es el
habilitarlo para ponerlo en el centro del proceso educativo, que es donde debe
estar. Un sistema de museos que sea parte integral del sistema educativo y que
esté adaptado para que los niños aprendan en él y los profesores sepan cómo
enseñar a partir de sus colecciones es algo muy difícil de conseguir, pero es,
también, algo que cualquier país que se respete debería tener como prioridad.
La historia circulante
Entre las
colecciones de los museos históricos, una de las más importantes es, sin duda,
la numismática. Las monedas, en efecto, son un eficiente hilo conductor para
cualquier colección histórica, además de generar un gran atractivo en los
niños. Pero también son mucho más. Las monedas y billetes son condensaciones
prodigiosas de información sobre los procesos sociales y políticos de cada
época, sobre la forma que el poder adquirió en dicho momento y sobre el imaginario
político de quienes acuñaron e imprimieron dicho dinero. Sobresellos,
inflaciones, dictaduras, revoluciones, guerras: todo ello queda plasmado de una
u otra forma en las monedas y billetes que son, además, un eficaz instrumento
de promoción de ciertos héroes, de ciertas consignas y de una cierta visión del
Estado.
Los
grandes procesos del siglo XX han quedado plasmados en nuestro circulante.
Desde el abandono de las monedas de plata luego de la gran crisis de 1929 hasta
el diseño del reverso de nuestros modernos billetes de polímero.
Ejemplificar con el caso chileno no es difícil.
Cualquiera puede ver cómo los grandes procesos del siglo XX han quedado
plasmados en nuestro circulante. Desde el abandono de las monedas de plata
luego de la gran crisis de 1929 hasta el diseño del reverso de nuestros
modernos billetes de polímero orientado a promover lugares nacionales de
interés turístico, pasando por las monedas de 5 escudos de aluminio acuñadas
por el gobierno de Allende una vez que la inflación estaba desatada. Desde la
fuguración de José Manuel Balmaceda, Lautaro y Manuel Rodríguez en el gobierno
de la Unidad Popular, pasando por el “ángel de la libertad” en las monedas de
la dictadura, junto a Diego Portales e Ignacio Carrera Pinto, para terminar con
una señora mapuche genérica, el cardenal Silva Henríquez y Andrés Bello dando
vueltas por ahí en los gobiernos de la Concertación. Nuestra historia está ahí:
en los detalles de diseño, en la selección de los personajes que aparecen y
desaparecen del circulante, en el material de las monedas y en los resellos de
los billetes.
Las
monedas y los billetes sirven también, como ya dijimos, para conmemorar fechas
importantes, promover el conocimiento del país entre sus ciudadanos y, por
supuesto, motivar su colección. Esto hace que muchos países tengan políticas de
acuñación orientadas en esos sentidos. Un ejemplo es Estados Unidos, que lleva
varios años acuñando monedas de un cuarto de dólar relativas a cada uno de sus
estados, y ahora comenzaron una serie con sus parques nacionales. Otro ejemplo,
más cercano, es Perú, que está emitiendo una notable serie de “nuevos soles”
llamada “Riqueza y orgullo del Perú”, promoviendo los principales atractivos
del país. En todos los casos comentados, además, se han editado álbumes que
permiten ir reuniendo las monedas coleccionables.
Coleccionar
es algo bueno, los museos son un espacio valioso, y las monedas un instrumento
interesante para conocer nuestra historia. Podemos compartir entonces la
preocupación por la escasa importancia que esto tiene en Chile.
Si el lector me ha seguido hasta acá, ya tiene en
mente estas tres cosas: colecciones, museos y monedas. Coleccionar es algo
bueno, los museos son un espacio valioso y necesario, y las monedas un
instrumento interesante para conocer nuestra historia y promover el
coleccionismo, además de algunos motivos nacionales. Y si estamos de acuerdo en
esto, entonces también podemos compartir la preocupación por la escasa
importancia y promoción que estas tres cosas tienen en nuestro país.
En
efecto, en Chile no existen políticas públicas relevantes relativas a promover
el coleccionismo o facilitar la existencia de agrupaciones de coleccionistas, a
pesar del bien que ellas representan en una sociedad de la desconfianza.
Tampoco hay demasiada preocupación por parte del Estado respecto a la
adecuación de nuestros museos —incluyendo el museo del Banco Central— como un
espacio clave de aprendizaje y de encuentro para la ciudadanía, especialmente
para los niños, tal como lo son en otros países. Y, finalmente, simplemente no
existe nada parecido a las series numismáticas que incentivan la colección y
promuevan motivos nacionales en la agenda de nuestra Casa de Moneda. No tuvimos
ni siquiera una edición especial por el Bicentenario. De hecho, la última
moneda en romper nuestra monotonía numismática —además de aquellas que
vergonzosamente reemplazaron el nombre de nuestro país por “Chiie” — fue una
gran moneda de oro llamada “Chilean condor” con un precio por sobre el millón
de pesos.
Es cierto
que en medio de las “reformas estructurales” que tienen a todo el mundo
agarrado de las mechas, este tipo de asuntos parecen muy modestos. Sin embargo,
no son por ello poco importantes. Los cambios realmente profundos suelen ser
mucho más el resultado de la suma de muchas pequeñas transformaciones en la
dirección correcta antes que el producto de alguna megaplanificación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario