17 septiembre 2015

La colección que falta.....por Pablo Ortúzar Madrid

 Como son pocas las veces que aparecen artículos sobre coleccionismo en la prensa nacional, contacté al autor de esta nota aparecida hoy 17 de septiembre en Revista Qué Pasa y con autorización de él, es que paso a compartirla con ustedes


 Ilustración Patricio Otniel 


Las monedas y billetes son condensaciones prodigiosas de información sobre los procesos sociales y políticos de cada época. Pero en Chile no existen políticas públicas relevantes relativas a promover el coleccionismo ni hay demasiada preocupación por parte del Estado respecto a la adecuación de nuestros museos como un espacio para ese aprendizaje. 



La ignorancia respecto a la historia nacional —y universal— es una característica dramática del ciudadano chileno promedio. También lo es la poca confianza y la baja participación en organizaciones sociales. Finalmente, nuestra educación temprana, que no estimula el pensamiento ni logra traspasar las habilidades cognitivas básicas, es otro asunto extensamente comentado. En las siguientes líneas quiero proponer un par de ideas que relacionan museos, monedas y colecciones que creo que pueden ir en la dirección correcta para enfrentar, en parte, estos problemas.

Una de las cosas que más disfruta el ser humano desde que aprende a usar el lenguaje es la organización y reorganización del mundo que lo rodea mediante diferentes categorías. Jugar con la realidad reordenándola, clasificándola y volviendo a clasificarla. Y ese es el origen, en buena medida, del atractivo de las colecciones. El coleccionista es alguien que inventa categorías de objetos e intenta reunir todas las variaciones posibles de las cosas que hay en el mundo que caben en esa categoría. A veces la fijación es muy general (como las colecciones de los niños, que suelen consistir en reunir todas las variaciones posibles de un tipo de cosa, como estampillas o calcomanías), otras veces es más específica (por ejemplo, relojes de una determinada época fabricados en un determinado lugar). El criterio general, por lo demás, puede tener que ver con un interés histórico, estético, personal o cualquier otro. O puede mezclar criterios. El hecho interesante es que las cosas del mundo nos sirven para pensar. Y también para relacionarnos con otros: las colecciones rara vez o nunca son un asunto estrictamente privado: los coleccionistas suelen disfrutar el reunirse con personas que comparten su afición y hablar sobre ella e intercambiar o vender y comprar objetos. Así, los clubes de coleccionistas suelen proliferar en muchos países y son un espacio valioso de socialización y de amistad.

Los museos, las galerías, los cementerios tipo panteón y los zoológicos son, de hecho, colecciones públicas cuya función es algunas veces sorprender al visitante con lo exótico o lo bello de su muestra, mientras que en otros casos buscan transmitir un cierto conocimiento o idea utilizando para ello objetos ordenados de determinada manera. Los museos, en particular, buscan vincularnos con el pasado a través de los restos materiales de ese pasado ordenados según un relato. Ellos también pueden ser muy generales o bien temáticos y muy específicos. Muchos museos, en todo caso, son colecciones de colecciones reunidas bajo una gran temática general.

Una de las razones más importantes por las que tenemos museos es porque observar los restos del pasado nos permite pensar el presente y abrirnos al misterio de la existencia. Nos obligan a pensar, nos trasladan y nos enseñan lecciones. Pero esto no ocurre así no más: organizar un museo para que entregue una experiencia instructiva a quienes lo visitan no es ni fácil ni barato. Tampoco lo es el habilitarlo para ponerlo en el centro del proceso educativo, que es donde debe estar. Un sistema de museos que sea parte integral del sistema educativo y que esté adaptado para que los niños aprendan en él y los profesores sepan cómo enseñar a partir de sus colecciones es algo muy difícil de conseguir, pero es, también, algo que cualquier país que se respete debería tener como prioridad.

La historia circulante

Entre las colecciones de los museos históricos, una de las más importantes es, sin duda, la numismática. Las monedas, en efecto, son un eficiente hilo conductor para cualquier colección histórica, además de generar un gran atractivo en los niños. Pero también son mucho más. Las monedas y billetes son condensaciones prodigiosas de información sobre los procesos sociales y políticos de cada época, sobre la forma que el poder adquirió en dicho momento y sobre el imaginario político de quienes acuñaron e imprimieron dicho dinero. Sobresellos, inflaciones, dictaduras, revoluciones, guerras: todo ello queda plasmado de una u otra forma en las monedas y billetes que son, además, un eficaz instrumento de promoción de ciertos héroes, de ciertas consignas y de una cierta visión del Estado.

Los grandes procesos del siglo XX han quedado plasmados en nuestro circulante. Desde el abandono de las monedas de plata luego de la gran crisis de 1929 hasta el diseño del reverso de nuestros modernos billetes de polímero.

Ejemplificar con el caso chileno no es difícil. Cualquiera puede ver cómo los grandes procesos del siglo XX han quedado plasmados en nuestro circulante. Desde el abandono de las monedas de plata luego de la gran crisis de 1929 hasta el diseño del reverso de nuestros modernos billetes de polímero orientado a promover lugares nacionales de interés turístico, pasando por las monedas de 5 escudos de aluminio acuñadas por el gobierno de Allende una vez que la inflación estaba desatada. Desde la fuguración de José Manuel Balmaceda, Lautaro y Manuel Rodríguez en el gobierno de la Unidad Popular, pasando por el “ángel de la libertad” en las monedas de la dictadura, junto a Diego Portales e Ignacio Carrera Pinto, para terminar con una señora mapuche genérica, el cardenal Silva Henríquez y Andrés Bello dando vueltas por ahí en los gobiernos de la Concertación. Nuestra historia está ahí: en los detalles de diseño, en la selección de los personajes que aparecen y desaparecen del circulante, en el material de las monedas y en los resellos de los billetes.

Las monedas y los billetes sirven también, como ya dijimos, para conmemorar fechas importantes, promover el conocimiento del país entre sus ciudadanos y, por supuesto, motivar su colección. Esto hace que muchos países tengan políticas de acuñación orientadas en esos sentidos. Un ejemplo es Estados Unidos, que lleva varios años acuñando monedas de un cuarto de dólar relativas a cada uno de sus estados, y ahora comenzaron una serie con sus parques nacionales. Otro ejemplo, más cercano, es Perú, que está emitiendo una notable serie de “nuevos soles” llamada “Riqueza y orgullo del Perú”, promoviendo los principales atractivos del país. En todos los casos comentados, además, se han editado álbumes que permiten ir reuniendo las monedas coleccionables.

Coleccionar es algo bueno, los museos son un espacio valioso, y las monedas un instrumento interesante para conocer nuestra historia. Podemos compartir entonces la preocupación por la escasa importancia que esto tiene en Chile.

Si el lector me ha seguido hasta acá, ya tiene en mente estas tres cosas: colecciones, museos y monedas. Coleccionar es algo bueno, los museos son un espacio valioso y necesario, y las monedas un instrumento interesante para conocer nuestra historia y promover el coleccionismo, además de algunos motivos nacionales. Y si estamos de acuerdo en esto, entonces también podemos compartir la preocupación por la escasa importancia y promoción que estas tres cosas tienen en nuestro país.

En efecto, en Chile no existen políticas públicas relevantes relativas a promover el coleccionismo o facilitar la existencia de agrupaciones de coleccionistas, a pesar del bien que ellas representan en una sociedad de la desconfianza. Tampoco hay demasiada preocupación por parte del Estado respecto a la adecuación de nuestros museos —incluyendo el museo del Banco Central— como un espacio clave de aprendizaje y de encuentro para la ciudadanía, especialmente para los niños, tal como lo son en otros países. Y, finalmente, simplemente no existe nada parecido a las series numismáticas que incentivan la colección y promuevan motivos nacionales en la agenda de nuestra Casa de Moneda. No tuvimos ni siquiera una edición especial por el Bicentenario. De hecho, la última moneda en romper nuestra monotonía numismática —además de aquellas que vergonzosamente reemplazaron el nombre de nuestro país por “Chiie” — fue una gran moneda de oro llamada “Chilean condor” con un precio por sobre el millón de pesos.

Es cierto que en medio de las “reformas estructurales” que tienen a todo el mundo agarrado de las mechas, este tipo de asuntos parecen muy modestos. Sin embargo, no son por ello poco importantes. Los cambios realmente profundos suelen ser mucho más el resultado de la suma de muchas pequeñas transformaciones en la dirección correcta antes que el producto de alguna megaplanificación.